martes, 30 de junio de 2009

Rabindranath Tagore

El loco y la piedra filosofal


Aquí les dejo este tema que forma parte de la colección "El Jardinero" de Rabindranath Tagore...



Un loco andaba vagabundeando, buscando la piedra filosofal,
el pelo enmarañado, cubierto de polvo, el cuerpo reducido a una sombra,
los labios tan prietos como la puerta cerrada de su corazón
y los ojos ardientes como la lámpara de la luciérnaga que busca compañero.
Ante él rugía el inmenso océano.
Las olas charlatanas hablaban de los tesoros ocultos en su seno
y se burlaban del ignorante que no las entendía.
Sin esperanza y sin tregua, él proseguía la búsqueda que era toda su vida.
Como el océano que se levanta constantemente hacia el cielo para alcanzar lo inaccesible.
Como las estrellas que giran en círculo tras un objetivo nunca conseguido.
Así, en la playa desierta, el cabello enfebrecido de polvo, el loco vagaba buscando la piedra filosofal.
Un día, un chiquillo del pueblo se le acercó y le dijo:
‘¿Dónde has encontrado esta cadena de oro que llevas en la cintura?’
El loco se estremeció. La antigua cadena de hierro era de oro.
No estaba soñando, pero, ¿cómo se había producido la transformación?
Se golpeaba salvajemente la frente. ¿Dónde, dónde se había realizado su sueño, sin advertirlo?
Había adquirido la costumbre de probar las piedras que recogía golpeándolas contra su cadena, tirándolas luego maquinalmente, sin mirar siquiera si había aparecido algún cambio;
así, el pobre loco había encontrado y perdido la piedra filosofal.

La Luna Nueva

Obra maestra de Rabindranath Tagore, donde retrata con gran claridad el alma del niño... dejo esta pequeña muestra a continuación:

Las razones del niño

Si quisiera, el niño podría volar ahora mismo al cielo.
Pero tiene sus razones para no dejarnos.
Toda su felicidad consiste en descansar su cabeza en el seno de su madre; por nada del mundo dejaría de verla.
La sabiduría del niño se expresa en sutiles palabras. ¡Qué pocos son los que pueden comprender su sentido! Si no habla, es que tiene sus razones.
Lo que más desea es aprender la lengua materna de los mismos labios de su madre. ¡Por ello adopta un aire tan inocente!
Pese a que poseía montones de oro y perlas, el niño vino a esta tierra como un mendigo.
Tuvo sus razones para llegar con este disfraz.
Pequeño, desnudo y suplicante, si simula una completa indigencia es para reclamar a su madre el inmenso tesoro de su ternura.
En el país de la minúscula luna creciente nada entorpecía la libertad del niño.
Si renunció a su independencia tuvo sus razones.
Sabe muy bien que ese pequeño nido, el corazón de su madre, contiene una alegría inagotable, y que la tierna atadura de los brazos maternales es infinitamente más dulce que la libertad.
El niño no sabía llorar. Vivía en el país de la felicidad perfecta.
No le faltaron las razones para empezar a verter lágrimas.
Las entrañas de su madre se conmueven con las sonrisas de su dulce rostro, pero es el pequeño llanto que nace de sus penas de niño el que teje entre ella y él el doble lazo de la piedad y el amor.

El astrónomo

‘¡Oh, si pudiéramos coger la luna, al anochecer, cuando es completamente redonda y se engancha en las ramas del cadabo!’ No dije más que eso.
Pero Dadá, mi hermano mayor, se burló de mí: ‘No he conocido nadie tan tonto como tú. La luna está muy lejos, ¿cómo podríamos cogerla?’ Yo dije: ‘¡El tonto eres tú, Dadá! Cuando, desde la ventana, Mamá mira cómo jugamos en el patio y nos sonríe, ¿te parece que está muy lejos?’ Pero Dadá replicó: ‘Pobre ignorante, ¿dónde encontraríamos una red bastante grande para coger la luna?’ Yo dije: ‘Podrías cogerla perfectamente con las manos’.
Dadá se echó a reír y me dijo: ‘¡Nunca vi un niño tan simple! ¡Si la luna se acercara, ya me dirías tú si es grande o no! Yo dije: ‘Dadá, ¡qué barbaridades te enseñan en la escuela! Cuando Mamá se inclina para besarnos, ¿te parece que su cara es muy grande?’ Pero Dadá repite: ‘Eres un pobre tonto’.

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